Loza Policromada de Talagante

La Loza Policromada de Talagante

La cerámica tiene múltiples expresiones, y si bien lo más difundido, son las piezas utilitarias que responden a las necesidades cotidianas, también en la cerámica existe una vasta gama de piezas con usos ornamentales y simbólicos, desde tiempos precolombinos, siendo la Loza Policromada de Talagante una creación distintiva dentro de la artesanía chilena, por su llamativo colorido y la representación de escenas típicas.

Se atribuye el inicio de esta técnica a las Monjas Claras, congregación presente en Chile desde principios del 1600 en los albores de la Colonia.

Las loza policromada creada en ésta época eran básicamente pequeños objetos decorativos que representaban objetos utilitarios, muy decorados y con una característica muy especial: eran piezas perfumadas e incluso con sabor. La estética de estas piezas era de gran cantidad de detalles tanto en los diseños de la pintura como en los adornos sobre la pieza, donde flores y pájaros eran los de mayor difusión.

El nexo de la Loza Policromada con Talagante se inicia en el siglo XIX cuando María del Rosario Toro aprende esta técnica de mujeres egresadas del convento de las Monjas Claras. El gran mérito de esta talagantina va más allá de ella, ya que a través de sus descendientes la loza policromada se hace parte como un elemento identitario de la familia, y que con los años se posiciona como una artesanía propia de Talagante.

 

Escena del Cuasimodo, realizado por las Loceras Huellas de Greda

A partir de inicios del siglo XX la cerámica policromada se empieza a producir ya fuera del convento de las Monjas Claras, en manos de mujeres que aprendieron el trabajo en el convento, y que se comenzaron a vender en ferias en Santiago, como la que se realizaba en la Alameda con San Martín previo a las navidades.

Es en esta etapa es cuando las artesanas comienzan a innovar en los diseños, introduciendo la representación de personajes y escenas de la vida cotidiana y popular de la época, así a través de estos “monitos” – como le llaman las loceras a sus figuras – aparece la trilla, el cuasimodo y diversos oficios principalmente de la vida en el campo, destacando la expresividad, los gestos y el colorido, acercándose a la estética que mantiene la loza policromada en la actualidad.

El PROCESO

El proceso de la loza originalmente, como todo trabajo en greda, comienza con la extracción de la arcilla, que en los cerros de la cordillera de la costa de la zona central se encuentra en abundancia. El material extraído debe ser pasado por un fino tamiz para separar la arcilla de toda piedrecilla u otro material. En general esta etapa del trabajo es de gran esfuerzo físico, ya que significa adentrarse por senderos en cerros y con pala y picota tomar el material. Por esto actualmente muchas artesanas compran la greda preparada comenzando el trabajo directamente con el modelado.

 

El modelado se realiza completamente a mano, sólo con el apoyo de algunas herramientas sencillas como palillos y paletas pero sin la utilización de moldes, por lo que cada pieza es única. Además, las loceras en general confeccionan figuras pequeñas a medianas que no sobrepasan los 20 cm, por lo que el modelado sin duda que requiere gran destreza.

Para dar resistencia a las figuras que tienen partes delgadas como las extremidades en las figuras humanas, pájaros sobre árboles o ruedas de carretas, se utilizan alambres en el interior.

 

Tras el modelado, las piezas se dejan orear por algunos días para que se sequen al aire de forma paulatina, evitando el calor o sol directo que podrían resquebrajar la pieza. Finalmente las piezas se pulen, con lo que quedan listas para la cocción, la que se realiza en horno o en un tambor con leña, donde las piezas quedan en contacto con las brasas hasta que la madera se consume.

Posterior a la cocción se le aplica una base que sella los poros de la cerámica, para que en la fase final de pintado, la pintura adquiera un aspecto homogéneo y brillante, una de las características más distintiva de esta artesanía que es un ícono de Talagante y del mundo rural de la zona central de Chile.

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